Es cierto que en otoño Yosemite pierde uno
de sus mayores atractivos, sus prístinas cascadas y saltos de agua. Desaparecen
para dar paso al duro y extremadamente bello invierno en la montaña. Pero gana
en colorido, en paz y en serenidad. Las masas de visitantes desaparecen por
arte de magia, los animales se dejan ver con más facilidad y los demás atractivos del
parque permanecen intactos.
Los bosques de secuoyas gigantes son igual
de bellos, o quizás más, durante esta estación. Es también la última
oportunidad del año para ver esta maravilla natural antes de quedar aislada por
el manto blanco del invierno. Si lo tuyo es la fantasía y vivir en un cuento de
hadas tu lugar es Mariposa Grove.
El Valle de Yosemite y las praderas Wawona,
dos de los lugares más visitados del parque, son una explosión de colores
durante el otoño. Pateárselos en bicicleta en esta época del año es un
verdadero placer.
Pero los más bellos en otoño son los lagos
de Yosemite: Tenaya, May, Elisabeth. Impresionantes e inolvidables.
Para los que no habéis estado aquí,
Yosemite es el decano de los parques nacionales de Estados Unidos. Se encuentra
a unos 350 kilómetros de San Francisco y es visitado anualmente por algo más de
3 millones de personas. Su punto más elevado alcanza los 4.000 metros de
altitud. El parque se extiende a través de las laderas orientales de la cadena
montañosa de Sierra Nevada. Fue declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad
por la UNESCO en 1984.
Por cierto, no os olvidéis de dormir en
una cabaña, así la experiencia será inolvidable.
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