Por Tomás Zapata
Recordaré siempre la primera vez que me enfrenté a
un cuadro de Zhang Xiaogang. Fue en el año 1999 en una galería de Pekín. Su
visión particular sobre la familia china me dejó totalmente fascinado. Sus
trazos transmitían ternura y frialdad, inquietud y serenidad. Definían a una
familia de carácter plano, construida al unísono, en serie, debido quizás a las
circunstancias sociopolíticas del momento. Aparentemente iguales, sin
expresividad, sin emociones, presos de su pasado, posando de manera artificiosa,
retratados en su mayor parte en blanco y negro, con pequeños destellos de luz y
color. Cuadros de una belleza inusual, casi rota.
Hay un hecho en la vida de Zhang Xiaogang que va a
influir poderosamente en toda su obra: la separación forzosa de su familia
cuando tan solo era un niño. Pasó la mayor parte de su adolescencia refugiado
en la pintura, algo que sus padres le habían inculcado desde pequeño. En una
ocasión Zhang comentó a un periodista del New
York Times que su madre le había enseñado a dibujar para que estuviera
siempre entretenido y se mantuviera alejado de los problemas.
Tras una serie de experiencias que marcarían su
vida para siempre, desde estar confinado en el campo para aprender las labores
de los agricultores hasta viajar por Europa para visitar los más prestigiosos
museos y galerías de arte, Zhang regresó a mediados de la década de 1990 a la
casa de sus padres y allí encontró una caja con viejas fotografías de su
familia, que se convertirían pronto en inagotable fuente de inspiración para la
que sería la etapa más prolífica de su carrera: su impactante y hermosa serie
“Bloodline: the Big Family”.
Zhang comenzó entonces a “retratar” de forma casi compulsiva
su versión particular sobre la familia china: la familia revolucionaria, la
familia estándar impuesta por la política del hijo único, familias sin hijos, separadas.
Todas allí presentes y todas ellas con un elemento en común: la ausencia de individualismo,
transmitiendo la idea de que todos somos iguales en una sociedad idealizada.
Sin embargo un sutil signo distintivo, presente de
forma recurrente en todos sus retratos, hará únicos e irrepetibles a los
miembros de esta gran familia china: la marca de nacimiento impresa en sus
inexpresivos y estilizados rostros, símbolo del carácter personal e imborrable
de cada individuo.
Otro elemento que se repite en esta serie son los
poderosísimos trazos del Hilo Rojo, simbolizando el vínculo de unión entre
todos ellos. El Hilo Rojo es una leyenda anónima que cuenta cómo entre dos o
más personas destinadas a tener un lazo afectivo existe una línea roja,
invisible e indivisible, que les acompaña para siempre.
Zhang Xiaogang nació en Kunming, capital de la
provincia china de Yunnan, en el año 1958. Se graduó en 1982 en la Escuela de
Bellas Artes de Chongqing. Muy pronto se convertiría en el líder indiscutible
de la emergente corriente artística de Sichuan. En la actualidad es uno de las
personas más influyentes del arte contemporáneo mundial. Sus obras, presentes
en numerosos museos occidentales, han batido todos los récords de recaudación
de un artista asiático en vida en las más prestigiosas subastas internacionales
de arte contemporáneo.