Por Tomás Zapata
Su emplazamiento no podía ser más
espectacular: de cara al mar pero arropada y protegida por verdes colinas. Así
es Hong Kong, una de las ciudades más dinámicas y fascinantes del planeta.
Puede que muchas de las personas que
visitan esta ciudad por primera vez perciban una sensación de caos y
masificación. Un hervidero de estructuras de hormigón y cristal que emergen del
suelo sin ton ni son. Nada más lejos de la realidad. Esta ciudad ha sido construida
al milímetro, nada se ha dejado al azar. Aquí todo se rige por las reglas del
Feng Shui. Tanto es así que muy pocos arquitectos, incluidos los grandes
maestros internacionales del arte de construir, han osado desafiar su
influencia.
En una ciudad donde el espacio vale
oro, una de las cosas que más sorprenden es ver cómo muchos de sus rascacielos
tienen, literalmente, un agujero en su estructura. La respuesta es bien
sencilla: los “dragones”. Hong Kong es una ciudad que por su emplazamiento tiene
buen Feng Shui, junto al mar y las montañas. Y los dragones, portadores de
energía positiva a raudales, viven en las montañas. Esta energía, poderosa y
vital, debe circular libremente e impregnar toda la ciudad, por lo que es
obligatorio facilitar el camino de estos animales mitológicos hacia el mar.
Nada debe obstruir su paso diario en busca del agua, y mucho menos un edificio.
Si viajáis a Hong Kong fijaos en este
detalle. Es fácil encontrar edificios así. Los hay por todas partes: en
Central, en Kowloon, en Repulse Bay.
Cuando Disney decidió construir su primer
parque temático en esta urbe, lo primero que hizo fue consultar a los maestros
del Feng Shui. Hasta Sir Norman Foster sucumbió a las reglas y encantos de este
arte milenario y una de sus principales obras maestras, la espectacular torre HSBC,
es uno de los rascacielos más respetuosos con las normas del Feng Shui.
Curiosamente, uno de los pocos que han
osado desafiar estas normas sagradas, ha sido el arquitecto de origen chino I.
M. Pei. La construcción del edificio del Banco de China en Hong Kong supuso un
desafío enorme criticado por todos, principalmente por sus vecinos, quienes
echan la culpa de todos sus males a esas agujas afiladas que hieren el cielo de
Hong Kong. Tanto es así, que muchos de ellos decidieron añadir elementos
arquitectónicos en sus edificios para contrarrestar este mal karma, entre ellos
el HSBC, que simuló en su azotea una suerte de cañones para apuntar
directamente al Banco de China. Hasta el primer gobernador de la ex colonia
británica se negó a trabajar y vivir en las proximidades de este lugar.
Aparte del Feng Shui, Hong Kong es un
lugar impresionante. Es la ciudad con más rascacielos del mundo. Ni Nueva York
ha podido con ella. Moderna, trepidante y vanguardista. Y pese a todo, nadie
como sus habitantes ha sabido preservar las tradiciones más ancestrales de
China.
Aquí hay santuarios bellísimos, como
el popular y venerado “Man Mo Temple”, situado en pleno Hollywood Road, una de
las calles con más carácter de la isla. O el templo “Tin Hau”, situado en Temple
Street, uno de los lugares sagrados más coloristas y kitsh del planeta.
Aunque si lo vuestro son las artes
adivinatorias, no dejéis de visitar el mercado nocturno de Temple Street. Aquí
los adivinos se entremezclan con los puestos de comida callejera, los
comerciantes de baratijas y los cantantes de ópera. Todo un universo paralelo
que cobra vida cada día al atardecer.
Pero si hay algo que no debemos dejar
de hacer en un viaje a Hong Kong es tomar el centenario ferry que une Kowloon,
situado en la parte continental, con la isla de Hong Kong. Maravilloso e
impresionante trayecto marítimo, corto pero de gran intensidad emocional. De
día y de noche. Al amanecer y al atardecer.
Y, por supuesto, no os olvidéis de degustar
uno de los mayores delicatesen de la gastronomía cantonesa: el dim sum. Aquí es
todo un ritual. Cuanto más tradicional es el local, más ricos y exquisitos. Se
toma siempre acompañado de un buen té y los hay por todos sitios.